SAN CLAUDIO DE LA
COLOMBIÈRE
San Claudio de la
Colombière, sacerdote jesuita, fue el primero en creer en las revelaciones
místicas del Sagrado Corazón recibidas por Santa Margarita en el convento de
Paray-le- Monial, Francia. Gracias a su apoyo, la Superiora de Margarita llegó
también a creerla. La devoción al Sagrado Corazón comenzó a propagarse. San
Claudio no sólo creyó sino que, en adelante dedicó su vida a propagar la
devoción, siempre unido espiritualmente a Santa Margarita en cuyo discernimiento
confiaba plenamente.
Sacerdote santo y sabio
que supo discernir muy bien la auténtica intervención divina en el alma de
Santa Margarita, a pesar que hasta entonces todos los teólogos y las religiosas
la despreciaban y hasta algunos la tenían por posesa.
Se dice que cuando Claudio
entró a la Compañía de Jesús, era más bien robusto, de carácter muy alegre, de
elevados ideales, prudente y agradable. La vida religiosa no hizo sino
desarrollar sus dones naturales. Su inteligencia innata se acostumbró a los
juicios agudos y certeros; también amaba las bellas artes y sostuvo una
correspondencia con Oliverio PATRU, miembro de la Academia Francesa, quien
alababa mucho sus escritos.
Dos meses después de haber
hecho la profesión solemne, en febrero de 1675, Claudio fue nombrado superior
del colegio de Paray-le-Monial. Por una parte, era un honor excepcional confiar
a un joven profeso el gobierno de una casa; pero por otra parte, la pequeña
comunidad de Paray, que sólo tenía 4 o 5 padres, era insignificante para las
grandes dotes de Claudio.
En realidad se trataba de
un designio de Dios para ponerle en contacto con un alma que necesitaba de su
ayuda: Margarita María Alacoque. Dicha religiosa se hallaba en un período de
perplejidad y sufrimientos, debido a las extraordinarias revelaciones de que la
había hecho objeto el Sagrado Corazón, cada día más claras e íntimas. Siguiendo
las indicaciones de su superiora, la madre de Soumaise, Margarita se había
confiado a un sacerdote muy erudito, pero que carecía de conocimientos de
mística. El sacerdote dictaminó que Margarita era víctima de los engaños del
demonio, cosa que acabó de desconcertar a la santa.
Movido
por las oraciones de Margarita, Dios le envió a su fiel siervo y perfecto
amigo: Claudio de la Colombière. El Padre La Colombière fue
en una ocasión a predicar a la comunidad de La Visitación. “Mientras él nos hablaba -escribió Margarita-
oí en mi corazón estas palabras: “He
aquí el que te he enviado”.
Desde la primera vez que
Margarita fue a confesarse con él, éste la trató como si estuviera al tanto de
lo que le sucedía. La santa sintió una repugnancia enorme a abrirle su corazón
y no lo hizo, a pesar de que estaba convencida de que la voluntad de Dios era
que se confiase al santo. En la siguiente confesión, el Padre le dijo estar muy
contento de ser para ella una ocasión de vencerse y, “en seguida” dice
Margarita y sin hacerme el menor daño, puso al descubierto cuanto de bueno y de
malo había en mi corazón, me consoló mucho y me exhortó a no tener miedo a los caminos
del Señor, con tal de que permaneciese obediente a mis superiores, reiterándome
a entregarme totalmente a Dios, para que Él me tratase como quisiera. El Padre
me enseñó a apreciar los dones de Dios y a recibir sus comunicaciones con fe y
humildad”. Este fue el gran servicio del Padre La Colombière a Margarita María.
Por otra parte, el santo trabajó incansablemente en la propagación de la
devoción al Sagrado Corazón, pues veía en ella el mejor antídoto contra el
jansenismo.
Testimonio ante la
persecución
El santo no tuvo mucho
tiempo en Paray porque su siguiente ocupación fue muy diferente. Por
recomendación del P. La Chaize, que era el confesor de Luis XIV, sus superiores
le enviaron a Londres como predicador de María Beatriz D’Este, duquesa de Cork.
El santo predicó en
Inglaterra con el ejemplo y la palabra. El amor al Sagrado Corazón era su tema
favorito. El proceso de beatificación habla de su apostolado en Inglaterra y de
los numerosos protestantes que convirtió. La posición de los católicos en aquel
país era extremadamente difícil debido a la gran hostilidad que había contra
ellos. En la corte se formó un movimiento para excluir al Duque de Cork, que se
había convertido al catolicismo, de la sucesión a la Corona sustituyéndole por
el príncipe de Orange o algún otro candidato. El infante Titus Oates y sus
secuaces inventaron la historia de un “complot de los papistas” en el que el
Padre La Colombière se hallaría complicado con el resto de los católicos. El
complot tenía por objeto según los calumniadores, el asesinato del Rey Carlos
II y la destrucción de la Iglesia de Inglaterra. Claudio fue acusado de ejercer
los ministerios sacerdotales y de haber convertido a muchos protestantes.
Aunque fue hecho prisionero, la intervención de Luis XIV impidió que se sellase
su vida con el martirio y el santo fue simplemente desterrado de ese país.
La prisión había acabado
con su débil salud. A su retorno a Francia en 1679, el santo ya estaba
mortalmente enfermo; aunque en algunas temporadas se rehacía un poco y podía
ejercer los ministerios sacerdotales, una enfermedad de los riñones no le
dejaba reposo. Sus superiores pensaron que los aires del campo podrían ayudarle
a recobrar la salud y lo enviaron a Lyón y a Paray.
Durante una de sus visitas
a ésta última ciudad, Margarita María le avisó que él moriría ahí. El P.
Claudio llega a Paray en abril de 1681, enviado por los médicos en busca de la
salud que le negaban otros climas; así hubo comunicación entre él y la Hermana
Margarita. Hablando de los ardores de sus almas y proyectos apostólicos a favor
del Sagrado Corazón. Aquí se agravó la enfermedad del P. Claudio y estaba listo
para ir a otros climas, pero Santa Margarita avisa que si le era posible sin
faltar a la obediencia, se quedara en Paray; y le envía este mensaje: “Él me ha
dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida”. Con tan categórica
afirmación, deshizo todos los preparativos del viaje.
En efecto, después de
haber dado maravilloso ejemplo de humilde y paciencia, Claudio de la Colombière
entregó su alma a Dios al atardecer del 15 de febrero de 1682. Al día siguiente
Santa Margarita María recibió el aviso del cielo de que Claudio se hallaba ya
en la gloria y no necesitaba de oraciones. Así escribió a una persona devota
del querido difunto: “Cesad en vuestra aflicción. Invocadle. Nada temáis. Ahora
tiene más poder que nunca para socorrernos”.
El Padre Claudio fue
beatificado en 1929 y Su Santidad Juan Pablo II lo declaró Santo en 1992. La
Iglesia Universal celebra su fiesta el día 15 de febrero.
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