(Para prepararse a la
entronización)
Por la señal de la Santa
Cruz…
Acto de contrición:
¡Señor mío, Jesucristo…
Oración preparatoria
Oh Divino Corazón de Jesús,
ven a morar entre nosotros, pues te amamos. Visita nuestro hogar como una vez
Tú visitaste a tus amigos en Caná, en Betania, y en el hogar de Zaqueo, el
publicano. Nosotros queremos poner a nuestra familia bajo tu protección, y tenerla
en íntima unión contigo oh Sagrado Corazón de Jesús, Tú eres nuestro más fiel
amigo. Nunca nadie nos ha amado como Tú lo has hecho. Y nosotros queremos
amarte por aquellos que no te aman, ya que Tú eres nuestro Dios y Salvador. Tú
eres también nuestro Rey y Señor. Ya que tantos desprecian tu realeza, queremos
la manifiestes en nuestra familia. Toma Tú posesión de este hogar, donde
reservamos un trono como lugar de honor para Ti.
Concédenos que el día de la
entronización sea para nuestra familia y para Ti, un día de gran alegría y el
principio de una nueva vida en total sumisión e íntima unión contigo. Queremos
abandonar nuestro amor propio desordenado y amar a nuestro prójimo como Tú nos
amas.
Oh Corazón de Jesús, te
pedimos la caridad de los primeros cristianos, de los apóstoles, y de los
mártires. Concédenos que otras familias puedan abrazar tu amor y que así, de
familia en familia quiera todo el mundo someterse a tu realeza.
Oh Inmaculado Corazón de
María, modelo perfecto de fidelidad a Nuestro Señor y de unión con Él, extiende
y afianza en nuestros corazones y en nuestras familias el reinado de la
caridad, el reinado del Sagrado Corazón de Jesús. Amén.
Lecturas para cada día del triduo
La lectura la puede leer un miembro de la familia dejando un
espacio de silencio después de la misma para meditar en lo leído. Si se
prefiere se pueden rezar la letanías del Sagrado Corazón de Jesús.
DÍA PRIMERO
Jesús invita a nuestra familia:
ENTRÓ A HOSPEDARSE EN CASA DE UN PECADOR
[Conversión de Zaqueo. Lc 19,1-10]
Habiendo entrado en Jericó,
atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de
publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la
gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un
sicomoro para verle, pues iba a pasar por allí.
Y cuando Jesús llegó a aquel
sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy
me quede yo en tu casa».
Se apresuró a bajar y le
recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse
a casa de un hombre pecador».
Zaqueo, puesto en pie, dijo
al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo
defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo».
Jesús le dijo: «Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues
el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
JESÚS NOS HABLA:
«Yo soy vuestro Señor y
vosotros sois mi pueblo» Pero yo ejerzo mi dominio por medio de mi Corazón, de
mi Amor.
Deseo ser entronizado, no
sólo como dueño de su hogar y de sus corazones, sino también como su hermano,
como su amigo.
Participaré en su vida
diaria, y estaré con ustedes, lo mismo durante su alegría que cuando les llegue
algún sufrimiento.
Soy Jesús, su Salvador, y
quiero proteger su familia frente a las fuerzas del maligno que intenta
destruirla. Quiero que ustedes, tanto mayores como niños, no caigan en la
esclavitud del pecado, ni en las angustias del miedo, de la preocupación o la
tristeza.
Por eso, estoy dispuesto a
derramar sobre ustedes mi Espíritu, que les instruirá, para que su alegría sea
perfecta y nadie se las pueda arrebatar.
Pero yo no forzaré mi
entrada en su casa y menos en sus corazones. Espero ser invitado. Espero que me
digan: « ¡Ven, Señor Jesús! Quédate con nosotros, que te necesitamos».
Si quieren que una imagen
mía presida su hogar, que sea para juntarse algunos momentos a rezar ante ella
cada día; para hacer de su familia una iglesia doméstica, que irradie su amor y
su colaboración de apostolado a favor de la Iglesia universal; para participar
con más devoción y más frecuencia en la misa y en la Eucaristía; para conocer
más y cumplir mejor el Evangelio; para crecer día a día en santidad.
Te ofrezco mi Corazón
herido, rebosante de perdón, amor, de vida que nunca terminará. ¡Espero tu
respuesta!
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA SEGUNDO:
Nuestra respuesta al Señor:
MIRA, ESTOY LLAMANDO A LA PUERTA
(Ap 3,19-22)
«A los que Yo amo los
reprendo y los corrijo. Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta
llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos. Al que salga
vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que Yo, cuando vencí, me
senté en el trono de mi Padre, junto a Él. Quien tenga oídos, oiga lo que dice
el Espíritu a las Iglesias».
Ante tanto amor como Jesús
nos muestra, Él nos pide que le correspondamos, y esto lo hacemos sobre todo
con la consagración.
«Con la consagración
ofrecemos al Corazón de Jesús a nosotros y todas nuestras cosas,
reconociéndolas recibidas de la eterna caridad de Dios» (Pío XI).
Es tratar de que todo lo que
mi familia hace y vive, sufrimientos, alegrías, trabajos, inquietudes sirva al
Señor para la redención del mundo.
Conlleva también que nuestra
vida doméstica quiera ser reparación para el Corazón herido de Cristo sabiendo
que “Dios nos ha amado y los hombres no le amamos, y porque el amor no
correspondido merece todavía más respeto y exige por relación de justicia
precisamente una reparación” (Haurietis Aquas -Pío XII) y que “la reparación es
que los pecadores vuelvan al Señor tocados por su amor y vivan en adelante con
más amor en compensación por su pecado” (Juan Pablo II en Paray le Monial).
Todo esto vivido en absoluta confianza en Jesucristo, como dice Santa Teresita:
“La confianza y nada más que la confianza, es lo que lleva al Amor”.
Y esto vivirlo cada instante
de nuestra vida, cada latido de nuestro corazón y renovarlo con el ofrecimiento
de obras cada mañana.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Día Tercero:
¿Qué hace el Corazón de Jesús cuando nos consagramos a Él?
La resurrección de Lázaro, (Jn 11,1-46)
Había un cierto enfermo,
Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. Cuando llegó Jesús,
se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania
estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido
a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que
había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa.
Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi
hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará». Le respondió Marta: «Ya sé que
resucitará en la resurrección, el último día». Jesús le respondió: «Yo soy la
resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y
cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»; le dice ella: «Sí, Señor, yo creo
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». Cuando
María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Viéndola llorar Jesús y que
también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se
turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás».
Jesús se echó a llorar.
Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería».
Pero algunos de ellos dijeron: «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía
haber hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su
interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra.
Dice Jesús: «Quitad la piedra». Le responde Marta, la hermana del muerto:
«Señor, ya huele; es el cuarto día». Le dice Jesús: « ¿No te he dicho que, si
crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra.
Entonces Jesús
levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme
escuchado. Ya sabía yo que Tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos
que me rodean, para que crean que Tú me has enviado». Dicho esto, gritó con
fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con
vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle
andar». Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que
había hecho, creyeron en Él.”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Peticiones
Señor nuestro Jesucristo,
que prometiste: «Pedid y recibiréis», acepta las súplicas que ahora te
presentan los miembros de esta familia:
(Cuantos más miembros lean, mejor)
Para que imitemos a la
Sagrada Familia de Jesús, María y José en el espíritu de oración, obediencia y
trabajo. Roguemos
al Señor.
Para que seamos fieles al
compromiso que vamos a adquirir con el Corazón de Jesús consagrándonos a Él y
nunca nos volvamos atrás. Roguemos al Señor.
Para que aceptemos con
alegría y cumplamos con perseverancia lo que Dios nos pida a cada uno de
nosotros. Roguemos
al Señor.
Para que Jesús nos vaya
concediendo un Corazón como el suyo y crezcamos cada día en el amor entre
nosotros y en el amor a Dios. Roguemos al Señor.
Para que frecuentemos con
provecho espiritual los sacramentos de la confesión y comunión, y éstos nos den
fuerza para colaborar con la Iglesia para la redención del mundo. Roguemos al
Señor.
Por el Sumo Pontífice para
que le otorgues gracias de santidad y le asistas con tu Espíritu en el gobierno
de la Iglesia. Roguemos
al Señor.
Por los obispos, los
sacerdotes, los religiosos y los seglares para que sean siempre fieles a la
doctrina de la Iglesia. Roguemos al Señor.
Cada uno puede añadir peticiones que necesite, bien diciéndolas
en alto o dejando un momento de silencio.
Conclusión
Oremos. ¡Oh
Dios!, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has
depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el
homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Amén.
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